Los fallos de memoria en las coreografías son como
la pérdida de un calcetín, algo misterioso. Nunca
sabes si se cayó por detrás de la lavadora o el viento
se lo llevó del tendedero. El caso es que ya no está.
«Pero el cuerpo tiene memoria», diría más de uno.
«Sí, pero la memoria también quiere bailar», le
respondería yo.
Estoy rehabilitando una casa vieja y abandonada y ayer me gustó hablar con el albañil más veterano de la cuadrilla:
—Todas las obras en las que he estado tienen una fase en la que parece que la casa está quieta, aunque no es verdad. Entonces, casi de repente, ya puedes imaginarte viviendo dentro y, al poco, la casa se termina y uno ni sabe cómo ha conseguido hacer todo eso.
Creo que explica muy bien el proceso de creación. Y me encanta tomar prestadas sus palabras porque, ahora que lo pienso, para mí el baile está más cerca de la rehabilitación constate que de la nueva construcción.
Bailar algo nuevo cada vez y, sobre todo, de una forma nueva —con un único cuerpo, que es el que nos acompaña a lo largo de toda una vida artística— es casi imposible. Se necesita mucho tiempo para generar un lenguaje diferente. Podemos integrar nuevas cualidades de movimiento, o ampliar nuestro vocabulario, pero no podemos nacer una y otra vez… ¡Ya quisiéramos!
Cuando me pongo a ensayar, estoy en obras. Igual que mi casa.
Siento que estoy limpiando mis rincones, que necesito devolver el brillo a la cubertería, que sería conveniente cambiar las cortinas, recolocar los cajones, quitar las hierbas del jardín y descubrir, también, los pequeños brotes que tiene este año el limonero.
Y lo curioso es que cuando trato de recuperar bailes que practicaba o cosas que me gustaban pero que no exploré lo suficiente en su momento, descubro en mí una actitud muy diferente y positiva comparada con la que vivo cuando me enfrento a la idea del famoso folio en blanco.
Percibo que mi cuerpo está relajado en el estudio, que empieza a tantear el espacio, como despejándolo. Y lo hace de una manera suave y delicada. Es sensual, como si quisiera rastrear un olor para llegar hasta él. Además, no hay certezas de nada —en eso se parece a cuando pretendemos partir de cero—, pero es menos estresante porque sabemos que algo sí que había de antes.
A veces el rastro que seguimos se pierde, no conseguimos recordar lo que buscábamos, y eso nos obliga a crear material nuevo. Otras veces conseguimos llegar a algo muy cercano a lo que buscábamos, pero el proceso hasta allí sí ha sido nuevo. Qué más da.
Se trata de bailar.
(Silencio)
¿Y te parece poco?
Eso me preguntaba el otro día el coreógrafo Andrés Marín, cuando hablaba con él de la creación y los procesos: «¿Te parece poco bailar?».
Lejos de ser un problema, la falta de tiempo para generar, los olvidos, las lagunas, o incluso la indefinición ofrecen un potencial enorme para la creación. Y cuando comprendí todo eso, decidí convertirme con gusto en lo que llamo «la mujer borrosa».
La mujer borrosa es aquella que prefiere entrar directamente en la sala de ensayo con gestos olvidados. Y es que, aunque dicen que el cuerpo tiene memoria, la verdad es que la memoria también baila dentro del cuerpo. Se trata de pasar de experimentar el borrón como una circunstancia incómoda, a entregarnos a él y dejar que se convierta en toda una práctica personal como principio generador de materiales. A través de esos garabatos, pelusas y suciedades, invento otros pasos nuevos y otras secuencias de movimiento, sin miedo a perderlos otra vez. Y si los pierdo, casi mejor… así seguiré creando y celebrando bautizos a cada poco.
Ahora, incluso lo he convertido en un ejercicio: el primer día de clase, propongo a mis alumnas unos pasos concretos o secuencias que han de aprender. Estoy con ellas hasta que lo memorizan, y entonces me centro en otras cosas. No vuelvo a esos materiales hasta el último día de la semana, donde la mayoría ya lo ha olvidado casi todo. Es entonces cuando estamos preparadas para hacer el ejercicio de creación: «Improvisad tratando de recordar. Haced lo que podáis con lo que os quede del primer día, por poco que sea».
Y así, desde esta premisa y con caras de asombro, salen cosas fantásticas. Y lo que empezó como un paso difícil de aprender, termina siendo el inicio de una experiencia propia y directa con la creación, del aquí y del ahora.
Es un sálvese quien pueda en el que no muere nadie.
Me fascina la memoria y la imaginación. Son una buena pareja.
Me fascinan las casas en ruinas.
Leonor Leal
Utrera – Sevilla.
+34 606 892 717
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